Tres poemas de «Pasajero» de Néstor Mendoza

Jean Pierre Díaz


Breve anatomía

Temprano, antes de que despiertes,
abro la ventana, veo el árbol que tapa
el edificio de enfrente.
La construcción avanza
y rápidamente los árboles dejan de ser paisaje.
Las máquinas son grandes
pero no llegan a la altura de los cerros.

Los insectos entran por la ventana y espantan.
(Lo breve asusta y su analogía con la muerte).

Dentro del cuarto,
todo lo que admiro duerme en mi cama,
tiene cuerpo delicado y menstruación.
Ese cuerpo duda,
se cuestiona, mira su cara
varias veces antes de maquillarse.
Por el hábito de amarla,
todo transcurre con poco esfuerzo.

La anatomía es asunto de percepción,
de cómo se vea lo que ella enseña y esconde.


*


Pasajero

El abrazo de los pasajeros
en este espacio limitado;
el abrazo accidental que nadie pide,
que llega como ofrenda.

Cuerpos extraños se acercan,
brazos que sujetan el acero,
hombres con sus viandas cruzadas en el pecho.

Hay un poco de inocencia
en estos perfiles:
algunos cierran los ojos
en un sueño momentáneo,
se dejan detallar, auscultar.
Sin que lo noten, prestan una mueca íntima,
un gesto breve.
Admiro a las personas que duermen
en el autobús, ofrendan el sueño y no lo saben.

El pasajero anciano y el pasajero joven
se encuentran en el mismo asiento,
comparten la misma ruta y no lo saben.
Se dejan llevar a otra avenida, para extraviarse,
mudar de una vez el trayecto establecido.

La mujer que anticipa su parada
se desplaza entre tantos,
rozan su cuerpo y nada dice.

El riesgo me ha hecho que mire a la cara,
ver qué hay en los ojos, si hay maldad dormida.
Gente buena me mira, en el bus, y escarbo
su costado amable, muy adentro.
La mirada serena cuesta mucho.
Repito una oración incompleta,
que me sirva de ángel, que salve el trayecto.

El semáforo es una buena excusa
para pensar en los trámites del día.
Es suficiente la transición
sin pautas del rojo al verde,
es mi casa la brevedad del amarillo,
los tres segundos
que unen ambos colores.


*


Espantapájaros

a Arnaldo Jiménez

Las aves habitan mi cabeza.

Lo que alguna vez fue garganta, ahora es un
pequeño nido que esconde varios pichones:
aunque siempre tengo hambre, nunca me los
tragaría. Solo dejo que estén allí, recibiendo
lombrices y el calor de otras plumas.
Tanta costumbre, tantos vuelos,
ascensos y descensos, cambiaron mi fisonomía.

En este par de estacas cruzadas,
                        sin nadie a la izquierda
ni a la derecha, revive una antigua escena
de centuriones y lanzas en el costado.

Sostengo a diario el peso del cuerpo,
no permito que un hilo suelto invite a la
desnudez. Algunas veces, lo tomo con ambas
manos, con fuerza, nervioso, para que no se
descosa: la tela es demasiado débil.

Los pájaros comen,
mi corazón de trapo late en sus picos.


Néstor Mendoza (Maracay, 1985). Es licenciado en Educación, mención Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo. Obtuvo el IV Premio Nacional Universitario de Literatura con el libro Andamios (Editorial Equinoccio, 2012). Cursó estudios en Literatura Latinoamericana (Upel-Maracay). Forma parte del comité de redacción de la revista Poesía (UC) y de la comisión de cultura de la Feria Internacional del Libro de la UC (FILUC). Sus poemas han aparecido en las publicaciones electrónicas nacionales e internacionales; y en revistas como Poesía (UC) y Alhucema (Granada, España). Los poemas de esta selección pertenecen a su libro Pasajero (dcir ediciones, 2015).

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