Cuatro poemas de Daniel Abrego

[Dániel Taylor]


FOSA COMÚN

Uno siempre es un fantasma
y permanece en el olvido
en la hora más oscura
o entre las revistas y periódicos viejos.
Uno siempre cae,
como caen ciertas palabras
a la ausencia
y de pronto el encierro
es tan parecido a un manicomio.
Uno siempre envidia a las aves
a las siete de la tarde
perdiéndose
entre el cielo dorado y rosa
en dirección al olvido
que es nuestra fosa común.


*


LOS ASTRONAUTAS

Infame y estúpido
con locura entre los dedos
quiero que mi generación arda:
las palabras serán el fuego
y nuestros sexos la gasolina.
En la oscuridad infinita
veo fosfenos y rostros,
rostros de muertos,
astronautas que siguen vagando
y vagarán por siempre en el espacio.
Sueños donde no pasa nada
pero despierto con quemaduras.
No sabré nunca
-ni quiero enterarme-
cuando esté vagando en el cosmos
y ya nadie piense en mí.


*


NAUSEABUNDO

Para sentir el sabor de la muerte injusta
basta con acercar la nariz
a cualquier parte de la ciudad.
No huele a asfalto,
el aire posee el sabor ferroso
de la sangre.


*


ÁCIDO

La ciudad le pertenece a los androides
no a nosotros que caminamos desnudos
sobre el asfalto húmedo de la madrugada.
Ya no creemos en el ruido,
somos cascajos, nada nos pertenece.
Estamos perdidos en la ciudad.



Daniel Abrego (2000, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México), aprendiz de cineasta, estudiante de Artes Visuales. Ha publicado Desmadre Intergaláctico (2016, Ediciones Maleta Ilegal) y Vómito de letras (2016, Pachuk Cartonera).

Seis poemas de Árbol genealógico, de Julio Tizzani

[Monica Rohan]


En mi familia siempre hubo guerras
       Silenciosas
                           Largas
Al terminarse todos se alegraban
Ya era tarde    para mí
Apilado en un montón de cadáveres


*


En el mismo espejo donde dejé mi máscara
                                                             [y mis dedos
Mi abuela la clarividente asustada sabía que
iba a repetir hábitos en cualquier circunstancia
Que me quedaría esperándola en su resurrección de alas frías
En un momento en que los perros ladraban
demasiado y yo negaba mis oídos a la premonición
Estaba claro
Me saldría espuma por la boca
Me rozarías con agua bendita
Vomitarías ataduras
Consultarías al decálogo de Aries tocándome
la frente
Tenía fiebre, abuela
Debí saberlo, que al llegar al mismo suelo
que el tuyo me temblaría todo
La premonición seguía su curso
Santifícame para siempre
Sobre una mortaja verde
Santifícame para siempre
Con un plato lleno de moscas
Tiento tu última letanía.


*


Llevas piedras porosas en tu estómago y eres la hija de Olokun, mi hermana. Te acordarás de los días de persignaciones antes del desayuno, el almuerzo y la cena. Casi ciego puse en claro mi náusea, que nadie te vea el pliegue. La flatulencia saca de adentro secuelas colgantes. Hermana, los dientes no nos sobran, son las 8 p.m. y no ha muerto la mosca; ronda en los siete platos de sopa. Te serví mi carroña pulida y añejada porque de nuestra madre sólo escuchamos sus tripas. Ella no tiene la culpa pero fue la primera en servirnos una mesa de patas anchas, sal y aire, espantando las ansias hasta el otro día. Permíteme, por favor, restaurar mi fuerza para golpearte, hermana, justo en la boca. Que el golpe desuelle tu estómago, para que de una vez por todas se te quite el hambre.


*


La infancia me arrancó las manos
No pude juntarlas de nuevo delante de dios
Vuelvo a ella de vez en cuando
Vuelvo a ella con mis primos
Entre orinas y saliva
Jugamos en esta dirección cansada
               Primos
                           Yo sabía que eran muertos
Porque ya no podían inventar juegos
Ay
Mi infancia
De ella aprendí mi primer hábito
              El encierro


*


Sufrí una muerte              amable
                                         Rapidísima
                                         Para transformarme
                                                                      [en árbol
Y ser incapaz de darle sombra a alguien.



*



Tengo dos semillas que me dio mi padre
Las guardo debajo de mis párpados
Van en sentido retrógrado, hasta volverse
                                             [una célula imprecisa
He sido obligado a respirar despacio, a torcerle
el decimotercer lazo a la muerte
Mi soledad es un mundo de pájaros
Tengo la tercera costilla rota
La atmósfera me aplasta
La delgadez me acuna
La inmortalidad no se ha llevado mi memoria
Mi raza está diluida en pena
El hilo de mi descendencia me sigue desde lejos
Nací en aquelarre
Leche negra me fortificó
No hago más que gritar augurios
No puedo caminar erguido, no puedo
Mi hermana fue concebida en luna menguante
Mientras a mí me criaban los lobos
Mi sendero no es claro, está tibio
Y la sumisión me congela…


Julio Tizzani (Falcón, 1990). Médico Cirujano. Autor del libro Árbol Genealógico (Editorial Palindromus, 2018). Sus poemas han sido publicados en diversos portales literarios, entre estos: Revista Letralia y Revista Grifo. Actualmente vive en el sur de Chile.