Plegaria a las manos de mi padre, Daniel Arella

(Saul Leiter)


a Antonio Arella


Y si Dios está lejos
                                                                                                                                    tan lejos
como yo de los míos
Y si Dios es lo incalculable
y tú eres lo más cercano que puedo pertenecerme
                                   Hoy que no hay
nadie
sino un bosque y la lluvia y tus ojos, Padre,                                                                                tan lejos
de Todo,
es decir, tan cerca de Mí
Que puedo predecir la vida en el polvo
como una crepitación que aúlla entre nuestros dos corazones negros
como el carbón, como la sangre de las bestias derramadas sobre las rocas de los sacrificios
corazones de ángeles que el musgo disimula
                                              a la deriva de la lluvia
                                                                      cuando todos se van
y yo me quedo con ella
                                    en cada gota
                                    en cada poro que debo a las muertes inmerecidas
o merecidas
No importa
Somos los mismos aún en la nada
Y si la nada es nuestra
Somos los últimos en esta tierra que amaron a un Dios más desnudo que tus manos
Más desnudo que mis ojos
cayendo desde mi madre al suelo
                                  desde el suelo a mi hermana
                                                                     desde el infierno a mí

Me contuve aún hoy de meterme bajo la tierra a bendecir los minerales
De amasar las raíces que te buscaban en la noche a ver si no habías muerto
lejos de tu tierra
Como yo ahora más triste que Droopy
alcanzo a escribir para ti
esta suerte
de ser apenas un ángel o un árbol quebrado bajo la sangre de todos los cielos

Padre, no hice mucho,
es cierto,
me hundí como la pena
y el surco del agua cotidiana
que no cede a mi bondad
y a la tuya

Pero más cierto que tu alegría
es mi suerte alabada por la soledad de los nuestros

Hoy, último, sin fondo,
más lejos que                                                 ahora
que me oculto bajo el revés de tus manos,
puedo decir que soy igual:

pero más ciego
y menos vivo, un poco
más entero desde las cosas
que nos olvidan
y nos dejan ese sabor a ceniza
o a relámpago
que en nuestra cabeza fue esa estrella
la última

Hoy sé que nuestra tristeza es una estrella

y que aunque muerto yo
brillo por tu entrega a la sencilla emancipación
de la angustia
al tormento perfecto que invisible
me es omnipresente para seguir
y verte reír
a través de mis escombros cristalinos

Hoy, como yo, un antes
mañana te veré, aunque siempre
idéntico a la verdad que me cautiva
Cuando todos se van con la lluvia
y un cielo idéntico a tus ojos
me oculta
de los soles orbitantes que no mueren
ni con tu furia
ni con tu maldición
ni con tu rabia
ni siquiera con tu nostalgia

Padre
aunque hoy, yo soy ayer
Tú eres mañana siempre
Después de mí
Lo que nunca morirá
Lo que nunca podrá apagar
esta muerte mía vertical en las rocas
Río congelado desde arriba
desde la última cabeza de musgo
donde un relámpago cae para unirnos
como una estalactita reventando mi sombra en dos

Hoy, desde la fuga
con este ron a la inversa
casi idéntica a la luz de afuera sonrojada por nuestros anhelos
porque la causa es la casa
empezada desde tus pies
hasta el pecho que alumbra
las ventanas ambulantes por donde miro caer la lluvia
y sostengo, a la vez, toda esta soledad
casi tan pequeña como Uruguay
o más pequeña que Uruguay
tal vez
igual de grande que tus manos
hechas para empuñar la luz
última de mis huesos
hechas para construir
los peldaños que me quedan
desde los ojos hasta el primer sueño
igual al cielo que contiene nuestra sangre

Hoy, desde la oscura sierpe
bendecida por la sed azul de sabernos nuestros
unidos opuestos a Dios
somos el espejo roto de sus milagros
porque en cada pedazo existe un lugar
aunque último, de ser felices

Hoy, Padre, desde más acá de la esperanza
mi corazón es igual a tus manos:
Llagadas, cicatrizadas, abiertas
Vueltas a abrir como un libro
o cerradas como los caminos de la sangre
perfectas para herir o amar
que es lo mismo
Mi corazón es la sombra antigua de una herida
como los nuestros de Cleto
olvidados en las orillas
eternas de esa Italia
más cercanas que una canción o un beso

Hoy Padre, aunque menos muerto
de este poema nacido de la lluvia de los fotones
Quiero decirle Gracias
Gracias por haber parido esta voz
Por haber hecho feliz a mi madre
Por hacer triste a mi hermana
Porque su tristeza es la verdad rumorosa que el río esconde

Padre, hoy la belleza me saluda
como si la lluvia me mereciera
como si la sangre que me atraviesa desde el fin hasta mi muerte
me dictara este poema idéntico a tus manos
perfecto como un cielo de Sol.

[Lucio Piélago. La última cena,
12: 30 a.m., 11 de enero del 2055 /Odessa]




Daniel Arella (Caracas, 1988). Poeta, narrador y ensayista. Licenciado en Letras mención Lengua y literatura Hispanoamericana y Venezolana por la Universidad de Los Andes. Tesista de la Maestría de filosofía por la misma casa de estudios. Ha publicado el poemario Al fondo de la transparencia (Editorial el perro y la rana, 2012); El loco de Ejido (plaquette Colección de poesía naciente venezolana Ojos de videotape lospoetasdelcinco editora, Santiago de Chile, diciembre, 2013). Ha sido merecedor en dos oportunidades (2009 y 2016) del Primer lugar del Premio DAES de literatura en la mención cuento (Universidad de Los Andes). En el 2015 recibió el XIX Premio Iberoamericano de Poesía por Concurso “Ciro Mendía” (Casa Municipal de la Cultura del Municipio de Caldas Departamento de Antioquia, Colombia) con su poemario Anatomía del grito. Poemas, cuentos y ensayos suyos han sido publicados en varias páginas webs y revistas digitales nacionales como internacionales: Cantera, Revista Casaviento, El Club de la Serpiente, Gente emergente, poetassigloveimtiuno Letralia, Afinidades electivas, Katharsis, La tribu de Frida, La ira de Orfeo, Cráneo de Pangea, Revista Poesía, Insilio, entre otras. 

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