Siete poemas de 'El Cielo Cotidiano' de Alberto Hernández

(Vincent Van Gogh)


Hoja del tiempo

uno dice puerta y comienza un irritante murmulo. La palabra es sólo el momento de colocar la mano en la madera y sus relieves, y la muerte, asignada al hombre, detiene las imágenes de viajes por la Francia venérea y estrujada. Una puerta podría ser el final,

el tropiezo,
ese símil de exilio que sólo ocurre una vez mientras los pájaros anidan plumas y huesos en los salientes de las azoteas.

sólo la sombra dice de quien se estaciona en la noche bajo la alargada sílaba. Más allá, donde el sopor no tiene carne, está la mujer que ayer nomás legitimó el silencio.



Bestia de superficia

Ya nada detiene la violencia o la sumisión. Los animales
extrañados estudian las poses, los alardeos. Trajes de toda
certidumbre, sombras y aguas, relentes y polvaredas:

-una vaga calamidad baja por los ojos de una bestia que
vuelve del deshielo, trae entre sus plumas libros y enseñanzas
olvidadas por los más antiguos

en esta ciudad nada de lo que ellas traigan nos interesa



Hendija

En la Mancha hay una mujer seca. Bajo sus faldas, un animal muge y llena de arena los ojos de la tarde. Tras la puerta,
el desierto simula a otra mujer, copia del rostro de Dulcinea.

El vientre la borra del espejismo.



Hospital Civil

Nadie quería morirse pese a la tragedia allá afuera.

Los operadores de apendicitis, los de hernia, los enyesados, asmáticos, tísicos y buscadores de una salud permanente

encaraban la noche con los oídos puestos en los ruidos de la calle:

los soldados hacían sonar las botas,
tintineaban las llaves de las celdas,

el miedo encajado en un herida recién suturada.

Un médico en la puerta con la mirada en la enfermedad.

Los que mueren se van envueltos en sábanas blancas,
descansados de un país cuyos desplantes se celebraban en familia.

Los que se fueron al monte,
perseguidos por la furia uniformada, jamás regresaron.



Héroes

Ninguno tuvo la fuerza suficiente para separarse de la historia.

Fantasmas sin batallas, siluetas que la ciudad convierte en trueque.

Los mas osados son estatuas favorecidas por los pájaros.



XIV

Para volver a ser multitud en las plazas. Desear el paisaje
abandonado, inocente, perdido en los encuentros con rostros
desconocidos.

Hemos dejado atrás la confusión, los huesos de los animales
arrojados por el viento. Montonoes de arena en cada esquina:
miro con desgano la muerte de un perro

y me devuelvo a casa

Busco entre mis cosas los papeles, mis liibros y un
retrato de alguien que alguna vez conocí, que me
da la confianza a la hora del miedo.



Todos

-todos esos muertos
miran
por la cerradura

viéndonos


Alberto Hernández (Calabozo, 1952). Poeta, narrador, mimo y periodista. Egresado del Pedagógico de Maracay, realizó estudios de posgrado en la Universidad Simón Bolivar en Literatura Latinoamericana. Fundador de la revista literaria Umbra, es colaborador de revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Se desempeña como secretario de redacción del diario El Periodiquito de la ciudad de Maracay. Ha publicado ensayos y textos poéticos en las revistas Turia de España (Aragón), números 81-82; en Il foglio volante de Italia, N° 4, abril 2007, Piedra de molino, Arcos de la Frontera, España, primavera de 2007, entre otras. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, italiano y al árabe.

I, por Mar Guerrero


¡Ah! El infinito egoísmo de la adolescencia 
el optimismo estudioso: ¡Cuan lleno de 
flores estaba el mundo ese verano! Los 
aires y las formas muriendo… 
Arthur Rimbaud


I
Ven.
Ven, el cielo ha aceptado su derrota.
Ven, mi alma se mece entre los árboles.
Ven, es verdad que estoy hecha de hogueras.
Ven, hombre de tiza, deja que la lluvia te borre conmigo.
Tengo una voz atorada en los párpados y no se cansa de pedir auxilio.
Viene tu cabellera y es multiforme.

 Las nubes son tan frágiles.

Escribo porque tus gritos se han vuelto cicatrices, escucha cómo crepita lo que escribo, ¡Ay! siento el cuerpo como una antorcha, este es mi primer abismo, tejo las calles con mi soledad, es tan triste. ¡Ay! Tengo los ojos vacíos dispuestos a llenarse de atardeceres. ¡Ay! El aire se está llenando de ojos, ojos que brillan desnudos por la noche. Me rodean las paredes rotas, los bares sucios, hombres ojerosos, restos de comida, ven, conserva en un frasco lo que soy ahora, no te demores en guardar mis pálidos muslos, arrástrame a casa como quien atraviesa el vacío. Ven, el tiempo me ha vencido, tengo la boca llena de flores secas, me persiguen formas inauditas, cierro los ojos para agradecer, se abren y cierran las ventanas, estoy sola, estoy sola esta noche, sola y temblorosa, sola y dentro de todos los seres, estoy sola, nada pasa. Tengo el cuerpo tendido por pedazos en los ojos que frecuentas, no te recito a ti, sino a tu silencio, te guardé un lugar en los agujeros de mis ojos para que duermas tranquilo, me basta morir un poco para transformarme en luz, para correr como el agua por las calles angostas, ¡Ay! necesito estar muerta para volver, ¡Ay! he muerto cada vez que escribo. ¡Ay! he salido a la calle conmigo dentro. ¡Ay! sólo basta morir para sentirme viva. ¡Ay! no sé cuándo he sido verdaderamente humana, es tan triste morir, mi niño, es tan triste morir. ¡Ay! soy el soldado que canta a tu oído en las noches de guerra, ha sobrevivido mi sombra, me he aferrado a la insignificancia de tu cabellera despeinada, me he arrojado al mundo. Soy el soldado que canta, soy el soldado que no calla y que duerme, soy el soldado hundido en su propio retrato, soy el soldado desnudo. Soy el soldado descalzo, soy un soldado y me llamo María, me arranco los ojos, ¡Ay! tal vez la muerte sean campanas, latidos que perforan mis pechos. ¡Ay! la muerte es la pérdida. ¡Ay! la muerte eres tú, y soy yo la revolución, y los gestos.

Abro la noche.
Pinto la noche.

Ven. Niño dormido.
Ven. De mi memoria te alejas.
Ven. El cielo está dentro de mi canto.
Ven. Atraviesa el olvido.
Ven, hombre de tiza, tengo los oídos gastados por la demora.


Mar Guerrero (1992). Cursante de Letras: Mención Lenguas y Literatura Clásica en la Universidad de Los Andes – Venezuela. Aficionada de la fotografía. Se dedicó a la poesía desde muy pequeña gracias a que la literatura le salvó la vida desde el primer momento. Participó del “IV Encuentro Literario de Jóvenes Creadores” Edición Mérida 2015, en calidad de escritor y fue ganadora del primer lugar en la modalidad poesía del XXV Concurso Anual de Creación Literaria “Cuento, Ensayo y Poesía”. Actualmente reside en Buenos Aires.

Llevo un color de búsqueda, por Cristina Elena Pardo

(Donna Young)

Llevo un color de búsqueda
de fugitiva            un 
color que 
se trasluce cuando cada mañana hablo 
con 
la mancha cada 
cada 
mañana ¿es ese el color 
de un sueño una gotita negra         se 
resbala cuando en las mañanas te 
pregunto 

yo llevo 
un color entre mis dedos un líquido 
de 
ser 
más 
transparente             de fugitiva yo 
la que busca 
la que encuentra 
la que se 
resbala en el instante en que la luz 
explota un cristal cada mañana un líquido 
de 
ser la mancha cada 
cada 
una ¿cuál es el color 
de la gotita 
ahora encuentra y rompe 

el cristal 

                        yo llevo un color 
de búsqueda gotita 
negra que 
refleja.


Cristina Elena Pardo (1993). Estudió Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid y un Máster en Literatura Hispanoamericana en la misma universidad. Actualmente es estudiante de doctorado en The Graduate Center – The City University of New York. Sus poemas han aparecido en diferentes revistas y medios digitales como Triada Magazine, Oculta Lit, Transtierros, Revista Temporales, Revista Kokoro, Estación Poesía, Cosmoanónimos 2.2 o Canibalismos. En 2014 ganó el Premio de poesía CM-UCM en el marco de la IV Semana Complutense de las Letras con el poemario Doler primero. Fue finalista del II Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, en Venezuela.